LA CHISPA DIVINA: EL SOL

La expresión del sí mismo, de aquello que sentimos como especial, único, intransferible e irrepetible; aquello que da sentido a toda la existencia aún en los momentos de derrumbe, no está ni en la suavidad de la Luna ni en los pensamientos de Mercurio, ni en los brazos de Venus, ni en la acción decidida de marte. 

Tampoco está en el sentido que brinda Júpiter, en el dolor y el trabajo de Saturno que nos madura, ni tampoco en los motivos y corrientes transpersonales de Neptuno, Urano o Plutón. Aquello que da sentido a la existencia, brindando coherencia, continuidad, dirección y propósito, es el Sol. 

Creer que cualquier atributo fundamental de nuestro espíritu está por fuera de ese círculo, es menoscabar al creador que lo ha puesto en el centro, para iluminar y dar vida a todo lo que se encuentre lo suficientemente cerca como para ser animado, sostenido e iluminado por la fuerza de nuestra luz más esencial.

La identidad robada a otro dios, es la marca del impostor, -cosa que intentamos cada vez que queremos parecernos a alguien más o imitamos conductas que compramos por T.V-,  mientras que la realeza y el honor, solo pertenecen a quienes ocupen el centro de su existencia:  allí donde brilla el Sol astrlógico, la chispa de nuestra divinidad.

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